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Óscar de la Borbolla

26/12/2016 - 12:00 am

Segunda parte del Cuento de Navidad

Una semana es un plazo suficiente para encontrar en la rutina de una persona algunos ciclos, pues, por muy aventurera que pueda ser, en la vida de cualquiera se distinguen los martes de los domingos, y no resultan iguales, aunque no siempre se haga lo mismo, los lunes y los sábados. La semana es un […]

Hay además actos que están en el informe y que ni yo mismo termino de explicar por qué los hice. Foto: Especial
Hay además actos que están en el informe y que ni yo mismo termino de explicar por qué los hice. Foto: Especial

Una semana es un plazo suficiente para encontrar en la rutina de una persona algunos ciclos, pues, por muy aventurera que pueda ser, en la vida de cualquiera se distinguen los martes de los domingos, y no resultan iguales, aunque no siempre se haga lo mismo, los lunes y los sábados. La semana es un revólver que tiene sus siete proyectiles definidos y es también un lapso suficiente para que aparezca algún evento de esos que le ponen a la vida su sal y su pimienta. Y por ello, no me sorprendió el informe del detective que contraté para vigilarme.

A grandes rasgos me informó de lo que yo ya sabía: el reporte pormenorizado que recibí vino a corroborármelo y a recordarme detalles en los que suelo no reparar. Quizá por esto, al terminar de leerlo quedé decepcionado, pues yo esperaba que me aportaría algunos datos para conocerme mejor, para develar el enigma de quién soy realmente. Pero no fue así, pues, por lo visto, uno no es lo que hace…

Durante mucho tiempo he compartido la creencia de que “el hombre es hijo de sus propios actos”, como dice Cervantes en su Don Quijote, y que más allá de las mentiras con las que uno se engaña -pues uno invariablemente se hace una idea retocada de sí mismo- no hay más verdad acerca de uno que la que muestran los actos. Pero eso no es cierto.

Los actos (y ahí están los míos en el informe) no dicen nada. Pongo el ejemplo más simple: según el detective, en la semana regalé más de trescientos pesos entre tragafuegos, pordioseros, selócuidos, empacadores de supermercado y entre otras manos que se extendieron hacia mí. Si los actos hablaran dirían que soy relativamente misericordioso (téngase en cuenta que, dadas mis finanzas, esa cantidad es un dispendio que me mella un poco); pero yo, que viví esos actos por adentro, sé que no me animó ningún sentimiento de piedad por el prójimo, pues en un caso me resultó simpático el espectáculo de quien manteniendo el equilibrio sobre un monociclo hacía girar en el aire unas antorchas y en otro, al no alcanzar a cerrar a tiempo la ventanilla de mi auto, preferí entregar un billete y no una moneda, ya que el billete me ponía a más distancia de quien lo recibía y así, por el estilo, hubo un motivo distinto en cada caso. Qué poco dicen los actos de uno, su legibilidad es nula, y aunque para las apariencias puedan decir una cosa, las más de las veces se deben a otra, pues en cualquier informe objetivo detectivesco, siempre faltará lo que a mí me ocurría en el alma cuando realizaba esos actos.

Hay además actos que están en el informe y que ni yo mismo termino de explicar por qué los hice. Aquí, supongo que debería someterlos al dictamen de un psicoanalista; pero sé que cada psicoanalista es un mundo y no voy a terminar de gastar mi aguinaldo en distintas versiones que yo mismo soy capaz de inventar, ya que tengo la imaginación suficiente para hallarles a mis actos una diáspora de significados y significantes. Conocerme a mí mismo es, al parecer, tarea imposible y, además, en el fondo es probable que no tenga ninguna importancia. Voy a definir qué quiero ser durante el año que está por comenzar, y a todos les deseo la mejor posibilidad dentro de lo posible: vivir.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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